ENTRE LA FILANTROPIA Y LA POBREZA
Según la religiosidad cristiana, desde el 29 de noviembre hasta llegada la navidad, estamos en la época de adviento; vale decir, en el tiempo santo de espera del nacimiento de Jesucristo, ¿será que sólo por ello hasta el corazón más testarudo se ablanda en esta época?, pues las muestras de filantropía, de individuos “pudientes” y diversas instituciones, están a la orden del día. Asimismo, esta época de “bienaventuranza”, en nuestro Cusco cosmopolita, también manifiesta crudamente las diferencias sociales entre ricos y pobres, pues ahora es cuando vemos a nuestros coterráneos desplegar maratónicas jornadas pírricas para pugnar un pedazo de bizcocho con un chocolate aguachento y adicionalmente, en algunos casos, un juguete simplón; amén de haber pasado la noche bajo los portales del “waqaypata” azotados por el frio abrumador que les penetra hasta los huesos desgarrándoles el alma.
La pobreza, que es también una forma de violencia porque es una muerte injusta y prematura en vida, se evidencia en el poco o ningún acceso a servicios básicos, educación, salud, vivienda, empleo; que atenta contra la dignidad humana de muchas personas, y paradójicamente su existencia, no es un hecho natural, sino obra de manos humanas; la pobreza –como diría el conspicuo teólogo Gustavo Gutiérrez- no es un destino, es una condición; no es un infortunio, es una injusticia. Según la religiosidad cristiana, desde el 29 de noviembre hasta llegada la navidad, estamos en la época de adviento; vale decir, en el tiempo santo de espera del nacimiento de Jesucristo, ¿será que sólo por ello hasta el corazón más testarudo se ablanda en esta época?, pues las muestras de filantropía, de individuos “pudientes” y diversas instituciones, están a la orden del día. Asimismo, esta época de “bienaventuranza”, en nuestro Cusco cosmopolita, también manifiesta crudamente las diferencias sociales entre ricos y pobres, pues ahora es cuando vemos a nuestros coterráneos desplegar maratónicas jornadas pírricas para pugnar un pedazo de bizcocho con un chocolate aguachento y adicionalmente, en algunos casos, un juguete simplón; amén de haber pasado la noche bajo los portales del “waqaypata” azotados por el frio abrumador que les penetra hasta los huesos desgarrándoles el alma.
Según cifras del Banco Mundial, la inequidad y el nivel de pobreza que existe en el mundo es extrema, tal es así que, el 80% de la población mundial participa del 20% del ingreso, contrariamente, tan solo el 20% de la población mundial absorbe el 80% del ingreso; es decir, gran parte de la economía mundial, se concentra en manos de unos cuantos. Asimismo, el 50% de la población mundial vive con menos de dos dólares al día, mientras que un 20% vive con apenas un dólar al día; estas cifras, evidencian situaciones de aguda pobreza e inequidad social inhumana.
Comprender la pobreza, nos obliga a entender el problema no sólo desde el aspecto económico, sino en sus componentes: étnico, cultural, de género, y sobre todo en la privación de las capacidades humanas para generar capital social. Hay una imperante necesidad de que nuestra riqueza productiva sea transformada con calidad humana, pues esta perspectiva nos ayudará a enfrentar eficazmente el problema. La pobreza de ingreso y la pobreza de capacidades están relacionadas, y para ello, acceder a educación y salud con calidad, es insoslayable, pues ambos aspectos no sólo nos permite acceder a una vida digna, sino también, a tener capacidad para obtener ingresos; de lo contrario, la pobreza y la exclusión social nos llevará a vivir en un país donde los ricos vivan en un paraíso vigilado, la clase media en el purgatorio de la supervivencia y los pobres en el infierno de la escasez.
Por DANTE(AMH)
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