El fenómeno de la migración del campo a la ciudad es uno de los hechos sociales más trascendentes que marco el rumbo de nuestro país en los últimos años, fenómeno que se agudizo a parir de la década del 60’ principalmente por la explotación terrateniente, falta de tierras cultivables y acceso a oportunidades de desarrollo del poblador rural; pues en esos años, por citar un ejemplo, un hacendado de la provincia de La Convención …”Ernesto Barta tenía 300 hectáreas trabajadas sobre 4,000 de posesión ilegal. (“Cusco -Tierra y Muerte” H. Neira 1964).
La migración aglutino desordenadamente las principales capitales de departamentos en nuestro país, como el Cusco. Los abuelos o los padres campesinos conquistaron, invadiendo o no, un pedazo de tierra en la periferia de la ciudad como Saylla, Huancaro, Viva el Perú o Tica Tica, ahí levantaron rústicamente una covacha de media agua; el hijo mayor, taxista o albañil, posteriormente ayudo a construir una casita digna de dos pisos, y ahora, los hermanos menores y nietos ya estudian computación, cocina “novoandina” o tienen la posibilidad de abrazar una carrera universitaria; esa es la dinámica de la vida, el progreso de la clase emergente; de aquellos hijos del pueblito por donde nunca ha pasado la dicha, ahora se encuentran en la metrópoli, usan celular con cámara y bluetooth, tienen su cuenta en el hotmail y facebook, bailan con el Grupo 5 pero gozan con Chacalón, viajan en combi, y van de shoping al Molino… sorry ¿manyas?.
Cómo no recordar en la década de los 80’, como evidencia de la migración andina, que en la calle Santa Clara los ambulantes vendían todo tipo de prendas y cachivaches en ataviadas carpas rudimentarias o sobre las veredas en plásticos con tiras en los extremos para escapar de los abusivos “policías municipales” –esa manera de robar actualmente continua- quienes cogían todo lo que podían a la hora de hacer “batida”. Posteriormente, ya en los 90’, la mayoría de los ambulantes se apostaron a la Av. Ejercito, donde llegaban camionadas de contrabando desde alimentos hasta los más “fichos” artefactos y las prendas de vestir. Es el modo de vivir de la clase emergente; para ellos no hay feriados ni descanso cada fin de semana, tienen que continuar trabajando para seguir progresando, capeando el frío, el calor o la lluvia del Cusco sempiterno.
Evidentemente, el comercio informal saca la vuelta y actúa fuera de la ley con el fin de no pagar impuestos, ¿pero con qué derecho le exigimos a un humilde comerciante contribuir si varios mastodontes empresarios no lo hacen?, el mal ejemplo cunde, digo yo. Empero, esa es nuestra clase emergente y emprendedora que también dinamiza la economía, y para volverlos formales y ver que no invadan, en épocas de fiesta como ésta, las principales calles del centro histórico, debemos generar espacios de asociatividad microempresarial; si Lima la horrible tiene su Gamarra, los qosqorunas tenemos nuestro Molino, pero no es suficiente; y esa es una tarea pendiente de la lacónica gestión edil; pues esta clase progresista de hoy, por fin comprendió que esa frase “los ricos son blancos, limeños y modernos; y los pobres son mestizos, provincianos y tradicionales” quedo obsoleta y en el siglo pasado.
Por DANTE (AMH)
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