“Chiquitito cara sucia, pequeño luchador, tus manitos ya saben lo que es trabajar”, son las letras conmovedoras de una conocida melodía popular en alusión al trabajo infantil.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se estima que en América Latina y el Caribe trabajan 5.7 millones de niños y niñas entre 5 y 14 años, y muchos de ellos son indígenas. El trabajo infantil está caracterizado por el esfuerzo realizado por un niño que no alcanza la edad específica mínima (15 años según la OIT) para cualquier tipo de trabajo y que por consiguiente impida probablemente su educación y pleno desarrollo por someterlo, en la mayoría de casos, en condiciones de explotación y maltrato poniendo en peligro el bienestar físico, mental y moral del niño.
El trabajo infantil es un fenómeno que tiene diversas aristas, no es exclusividad de la pobreza, aunque sí su causa fundamental; pues también es consecuencia de la exclusión social, la migración e inclusive responde a patrones culturales.
La noción de derechos inherente a los niños, aún no está arraigado en nuestra sociedad, menos aún en zonas rurales, por ello es que coexiste la idea de los padres de prepararlos para la vida a medida que van creciendo, priorizando inclusive en algunas épocas del año el trabajo forzoso en el campo abandonando la escuela.
La desintegración familiar, la paternidad irresponsable y el abandono no hacen más que contribuir al índice de niños que trabajan para sobrevivir; basta dar un paseo por el centro histórico y nos toparemos con muchos niños y niñas que trabajan largas jornadas en las calles en condiciones infrahumanas, ya sea como lustrabotas o vendedores de golosinas; o en tiendas y restaurantes, por unos míseros 100 ó 120 soles al mes, como empleados de limpieza, mozos, lavaplatos o pelapapas. Son trabajos que deshumanizan.
“Quisiera tener mi carro como lo tiene el gobierno, para llevarte al infierno, para llevarte al gobierno”… eran las letras de un huaynito quejumbroso que entonaba una niña en una de esas carrozas mortuorias, llamadas combi, en la que viajaba. Las contradicciones sociales son notorias, mientras algunos niños en estas vacaciones disfrutan su tiempo adiestrando sus capacidades mediante la música o la danza, muchos otros están trabajando para sus útiles o un par de zapatos para volver a la escuela. A pesar de que el problema es conocido (trata de menores, explotación en la selva, empleadas menores de hogar, etc.) muy poco son los casos denunciados; ese es uno de los principales problemas para erradicar este flagelo social: la escasa sensibilidad social y la débil apertura de políticas públicas.
¿Qué futuro le puede esperar a un niño que se ve impedido de acceder a un derecho elemental como es la educación? El trabajo infantil contribuye a perpetuar la pobreza al recortar los derechos de los niños; si bien es cierto que desempeñan diversas actividades en el hogar que forman parte de las estrategias culturales de ayuda y reproducción familiar basadas en los procesos formativos de adquisición de conocimientos, éstas no deben constituirse en excusas para soslayar nuestras responsabilidades como padres y madres en brindarles protección, seguridad y acceso a oportunidades para su pleno desarrollo ¿o qué futuro estamos pensando brindarle a ese chiquitito cara sucia?
Por DANTE(AMH)